En avión de Turkish Airlines llegamos a Tiflis, con vuelo intermedio hasta Istanbul. En ambos vuelos amables azafatas sin la cabeza cubierta -a notar siendo Turquía un país musulmán- nos dieron de comer y beber sin cargo, cosa que no es lo habitual en estos tiempos. A destacar también la esmerada puntualidad.
Vamos a países que son Asia por geografía, pero sólo por eso pues sus gentes son de aspecto europeo. Europeos con unas raíces culturales muy antiguas, incluso con alfabeto propio, que ¡vaya lo peculiares que son tanto el georgiano como el armenio!
Fuimos recibidos en el aeropuerto georgiano por Meggy, nativa con muy buen español, que nos acompañó y nos guió en toda nuestra excursión georgiana ilustrándonos con competencia, eficacia y amabilidad.
Tiene Georgia un gobierno pro ruso, salido de unas elecciones fraudulentas, con un oligarca millonario dominante, frente a un pueblo anti ruso que todos los días se manifiesta contra el Gobierno concentrándose por la tarde-noche ante el Parlamento. ¡Qué pena!
Tiflis, atravesada por el río Kura (Mitkvari en georgiano) que llega lleno pero sucio de su viaje desde la montaña, tiene una parte baja que cruza el río con buenos puentes, bellamente arqueado uno de ellos y también con pasos subterráneos donde hay cierta vida: en uno de ellos vimos un local con el rótulo “Vivre la revolutión”. Hacia el río baja la colina o colinas de la parte alta formando a veces como un acantilado.
El viejo Tiflis está en la parte alta, encolinada, donde se ubica lo más monumental: edificios religiosos diversos, tiendas, bares y restaurantes y, atracción particular, la Torre del reloj donde cada hora salen figuritas andando con tintineo. Esta parte es bastante abigarrada, de calles estrechas. Entre la parte baja y alta existe la amplia Plaza de la Libertad con una columna en el centro en cuya cima está la estatua de San Jorge, patrón de Georgia, alanceando al dragón.
El viejo Tiflis está en la parte alta, encolinada, donde se ubica lo más monumental: edificios religiosos diversos, tiendas, bares y restaurantes y, atracción particular, la Torre del reloj donde cada hora salen figuritas andando con tintineo. Esta parte es bastante abigarrada, de calles estrechas. Entre la parte baja y alta existe la amplia Plaza de la Libertad con una columna en el centro en cuya cima está la estatua de San Jorge, patrón de Georgia, alanceando al dragón.
En esta zona intermedia hay edificios abombados: albergan los baños de azufre que no pudimos experimentar, y se ve un arroyito creciendo en caudal para dárselo al Kura. Hay una calle con esculturas negras, entre ellas, la de Don Quijote y Sancho. Y en un bar restaurante de la parte baja vemos fumar a lo árabe, pipa larga de narguilé.
Muy interesante el mercado subterráneo Meidan, por esta zona, abigarrado de los más diversos objetos. Y me sorprendió mucho ver un gran centro comercial en la parte baja, de lo más moderno y donde para ir al servicio hay que poner la tarjeta de crédito, pues aquí, en Georgia, se paga un lari -como 30 céntimos de euro- para ir al servicio; en Armenia se pagan 100 dracmas, parecido.
Cenamos el primer día mi sobrino José y yo en la parte alta, llena de restaurantes, con música algunos de ellos y gente del público bailando a lo europeo, acaso turistas como nosotros.
El Museo Nacional de Georgia tiene en la planta baja unas muestras de vieja orfebrería que impresionan, en las plantas altas se muestran carruajes antiguos y una exposición sobre la opresión soviética.
Y recorrimos el Museo etnográfico al aire libre, de casas antiguas diversas. De aquí, con el bus -hay un teleférico que no funcionaba ese día- subimos al monte Narikala, lo más alto de Tiflis. Me llamaron la atención, en el panorama de la ciudad, dos altos rascacielos.
En el restaurante de nuestro hotel -Brim- vimos cómo celebraban en otra mesa el nacimiento de un hijo con vibrantes canciones en georgiano.
Es buena en Georgia el agua del grifo, tanto que, cuando la pedí en el desayuno en el hotel, la empleada fue a él a llenarme el vaso.
Llovió los primeros días y luego tuvimos calor.
Fuimos al Cáucaso, al Cáucaso mayor, norte de Tiflis.
Bonito embalse de Zinvali, fortaleza, iglesia y un lago en la subida primera; luego vemos ríos, rebaños de ovejas pastando en el suelo herboso y puestos de venta en la carretera. Del pueblo de Stepansminda, en todo terreno, que no hacía falta, subimos, a pie en el tramo final y trabajosamente, a un monasterio, Gergueti, 2170 m de altitud, donde hay profusión de iconos y unas grandes vistas. Impresiona el Cáucaso.
Aquí fuimos a una pared con pinturas conmemorativas de la amistad ruso georgiana, que los rusos elogian y los georgianos deploran, pero desde donde se ven unas espléndidas vistas del Cáucaso: maravilloso circo de montañas que bajan a estrechos valles, hermosos desfiladeros, nieves perpetuas, aguas que bajan.
Visitamos, en una especie de altiplanicie a donde se llega por unos pasillos flanqueados siempre por puestos de venta diversos, la catedral de Mskheta, antigua capital de Georgia, con un dentro espectacular: riqueza de iconos con una especie de púlpito notablemente adornado. Ahora, en Tiflis hay una gran catedral, que no estaba en el plan del viaje pero que fuimos a ver, aunque no pudimos entrar: estaba entonces cerrada.
En Mskheta perdí el contacto con el grupo; conseguí llegar a él por los pasillos dichos; como no estaba mi sobrino José cuando llegué porque me estaba buscando, se movilizó el grupo y enseguida apareció. Sentí gran solidaridad.
Subimos esa tarde a un alto para ver otra iglesia y lo más atrayente fie ver, en lo bajo, la confluencia de dos ríos.
La subida a la ciudad rupestre de Uplitsikhe excavada en la roca, siglo VI a.C., tuvo su dificultad, algunos no subieron y yo -viejito con corazón joven como me autocalifico- me atreví y conseguí llegar arriba siempre con compañeros dispuestos a echarme una mano afectuosa.
Volvimos por un túnel secreto con muchas escaleras que bajé bien, aunque con leves agujetas al final. Tiene excavados en la roca cantidad de habitáculos y ha sido un centro importante en tiempos paganos y tras el cristianismo. También cerca, excavada en la roca, está la ciudad de Vardzia, siglo XII, construida por el rey de Georgia Jorge III, al que sucedió a falta de hijos varones, su hija, la legendariaTamara, reina de Georgia en su época dorada; a ella subimos al día siguiente y vimos diferentes cavidades; en una de ellas, un monje barbudo vendía postales del recinto y otras cosas.
Visitamos también un castillo, en alto, hecho por los musulmanes: arcos de herradura y torre arriba de todo, que permite ver amplio y bello paisaje.
De Vardzia nos dirigimos a la frontera Armenia y nos paramos a ver y a pasear un puente colgante sobre el río Kura que baja robusto y limpio, un gusto verlo.
Llegamos a la frontera tras un paisaje de amplia llanura, nos despedimos de Meggy y nos recibió Ani, como guía armenia, entusiasta, sencilla, con mucho saber y claridad, otro gusto de persona.
Ya en Armenia paramos en la ciudad, Gyumri, la segunda de Armenia, y la recorrimos un tanto: bello el interior de la catedral, calle con sólidos edificios y animación: vemos en un bar restaurante música en vivo con bailantes, grata impresión. Ya en Ereván, nos sorprendió la habitación tan amplia que nos dieron, era como un apartamento.
En Ereván visitamos el Parque de la Victoria, donde en lo alto, está la grande estatua de una joven de 19 años que sustituyó a la de Stalin; la llamada Cascada, edificio que baja en escalones con estatuas a los lados -de Jaime Plensa alguna- con una amplia avenida llena de estatuas en el llano, una del famoso Botero luciendo un casco.
Visitamos un monasterio excavado en la roca y, sorteando la lluvia, un monumento grecorromano cuadrado de columnas con capiteles jónicos.
Salimos de noche a la calle y fuimos a la Avenida bajo la cascada con idea de probar comida armenia; resulto ser el restaurante italiano, pero con la compañía de Andrea, compañera de viaje que vino después, probamos el famoso coñac armenio, que no está mal, aunque los tenemos nosotros mejores. Lo pasamos bien, sorprendido gratamente por la animación que veíamos en las calles, donde había también un restaurante mexicano.
Centro de Manuscritos armenios, impresionantes muestras de ellos, muy bien expuestos en vistoso edificio.
Patriarcado armenio: espacio amplio a la entrada, amplitud inaugurada, parece, con motivo de la visita de Juan Pablo II; lo requería la multitud que se congregó. La iglesia tiene un interior muy bonito y un bello campanario.
Ruinas de la edad de bronce; para visitarlas hay que ir por caminos no muy buenos con posibilidad de serpientes, por lo que yo, junto con otros, no fui y visitamos el museo.
Paseando por Ereván nocturno: Plaza de la Ópera con estatua de Kachaturian y niñitos como de 3 años corriendo en patinete alrededor, guitarrista bueno y un niñito bailando a su son; calle peatonal, repleta de establecimientos, en uno de los cuales una joven me puso internet en el móvil y nos recomendó el restaurante Camancha donde cenamos platos armenios -yo una rica empanada abierta de carne picada- y en el bar adjunto había animada música en vivo.
Fuimos a un monasterio junto a la frontera turca y vimos el Ararat, histórica veneración armenia, entre nubes, nevado, imponente: ahora en tierra turca tras un acuerdo entre Rusia y Turquía por el que ésta se apropió de la mitad del territorio armenio.
Monasterio tras monasterio llegamos a Goris, pequeña ciudad. Nos alojamos en un hotel que tiene fuera del edificio, al lado, un espacio donde puede jugarse al ajedrez y al billar -de los clásicos- entre otras cosas. Se desayuna sentados en bancos ante largas mesas, todo de madera. Es una ciudad pequeña, tiene un buen súper, con la mejor fruta, y una amplísima plaza, que es también un parque donde juegan niños y, en uno de sus lados, existe una Torre Eiffel, es un pegote desubicado.
En un teleférico fuimos al monasterio de Tatev, de gran importancia histórica. El teleférico es el más largo del mundo, 6 kms, de montaña a montaña. Gran impresión que hizo encoger el corazón de algunos.
Cementerio al aire libre con piedras labradas encima de las tumbas, con algunos artísticos relieves y cruces armenias en muchas de ellas.
Nos metemos luego en el interior de un caravansar de la época de la ruta de la seda que nos trasladó a lejanos tiempos.
Y nos paramos a ver el gran lago Sevan, dos mil metros sobre el nivel del mar, que ya habíamos estado viendo desde el bus. Uno de los lagos más grandes del mundo, con embarcadero y naves.
Y, como último día en Armenia, visitamos los monasterios de Hahgpat y de Akhtalá, del que recuerdo los magníficos frescos en las paredes tan bien conservados
De vuelta a Tiflis, en el hotel nos esperaba una copa de vino georgiano y una espléndida tarta con el nombre en ella de la Sociedad de Estudios Clásicos y de todos los participantes en el viaje. ¡Qué detalle!
ASPECTOS NO ARTÍSTICOS
Vimos unos países en actividad y deseamos que prosperen y así ha de esperarse si les dejan.
La comida al mediodía, incluída en el plan del viaje, la hicimos siempre juntos. Probamos los vinos georgianos, orgullo nacional pues se consideran los inventores. Abundantes verduras y, de frutas, mucha sandía y melón con mención especial al albaricoque, de gran tradición en los dos países. La mayor novedad para mí fue el zumo de granada que hacen en tu presencia: bien sabroso. En Georgia probamos, como cosas típicas, el “kachapuri”, especie de torta rellena de queso y el “Kubdari”, pasta rellena de carne picada; en Armenia comimos, el grupo, una magnífica trucha asalmonada en Tatev y, nosotros aparte, alguna barbacoa, y algún kebab. Curiosamente el café que nos sirvieron en Armenia tenía poso y eso dio lugar a que una de las compañeras, Andrea, nos hablara del significado de esos posos.
Destaco también el buen ambiente entre todos, no faltó solidaridad. Yo tuve la suerte de compartir el viaje con mi sobrino José, siempre pendiente de mí: invalorable experiencia.
La organización fue muy buena, lo que nos permitió visitar tantos sitios y nos llevó a hoteles estupendos.
El bus, con el que recorrimos los dos países, tuvo unos conductores magníficos, en carreteras no siempre fáciles. Y Rosa y Eugenio, secretaria y Presidente de la SEEC no dejaron de estar pendientes de nosotros y nos ilustraron los ratos de autobús con sabias indicaciones y explicaciones. Muchas gracias.
En lo religioso, son países cristiano-ortodoxos, cada uno distinto, con sus curas barbudos y misas que duran dos horas y los asistentes, al menos en Georgia, han de estar de pie. En una iglesia de Armenia, que visitamos, vimos a un monje bendiciendo a fieles en una cola a la que se unieron algunos de los nuestros.