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sábado, 15 de diciembre de 2018

En otoño por tierras de Madrid y de Ávila



Fueron un poco más de cuatro días, del 5 al 9 de Diciembre de este año 2018, hermosos días.
En Madrid capital comprobamos cómo sigue siendo el rompeolas de España: el día que llegamos- mi mujer, Pilar, y este cronista- de Tarragona, comimos, con Jesús y Paloma, al estilo gaditano, en un restaurante llamado Lambuzo, palabra referida a las ganas de comer. Y, por la tarde, se mostró Madrid como un rompeolas más amplio, pues en un sitio tan madrileño como El Café Gijón, pedimos, Pilar y  yo, un agua mineral con gas y nos sirvieron la francesa Perrier. Esto ya no nos pareció tan bien pero bueno.
Cenamos en una casa del mejor espíritu madrileño, la de nuestra amiga Helena, que nos había invitado, tan generosa ella como siempre, y nos obsequió con un convite multicultural, espléndido, que nos complació mucho aunque no pudimos dar cuenta de todo lo que nos tenía preparado, de desbordante creatividad. Fuimos cinco pues nos acompañó Carmen, nuestra gran amiga.
Nosotros, Pilar y yo, nos alojamos en casa de Paloma y Jesús, rodeados de mucho cariño y de atenciones, acompañados de Clarina, la deliciosa perrita.
Al día siguiente, Helena se quedó en Madrid y Pilar fue al Escorial a estar con su hermana Charo. Los demás, en el coche de Jesús y Paloma, tan bien conducido por Jesús como siempre, fuimos a Sotillo de la Adrada, en el abulense Valle del Tiétar, donde nos esperaba Adela para ir, todos juntos, a una visita que nos tenía preparada, que prometía y no nos defraudó en absoluto. Fue el Jardín Botánico del Valle del Tiétar, amorosamente creado para disfrutar y aprender de la naturaleza, en un bello paraje, en el término de La Adrada. Nos guió, en la visita, el dueño, alemán aunque nacido en España, cuya familia creó esto y él lo va cuidando,  ampliando y renovando. Nos fue mostrando este conjunto natural, no sólo de plantas y árboles -en una mención rápida: cactus variados, curiosos cipreses, un cedro del Himalaya….- sino también de curiosa fauna, como las gallinas negritas con lunares, un cerdo de monumental tamaño, unos cerditos vietnamitas-negros-, los jóvenes pavos reales que aún no lucen sus brillantes plumas….
Quedamos con una lozanía renovada tras esta visita y, guiados por Adela, llegamos al pueblo de Piedralaves, bien asentado en la falda del monte. Allí nos sentamos a comer en el restaurante “La Tasca”, o el “Taxco”, sencillo y eficaz: Carmen y yo compartimos un chuletón de Ávila, tan chuletón que la mitad que tomamos cada uno resultó mucho. En fin, nos dimos el placer de comer. Luego, caminamos por el pueblo, de casas con sabor rústico, agradable, y subimos -es pendiente el pueblo-: atravesamos el puente sobre un arroyo que baja brioso entre piedras, tan de estas tierras, y subimos hasta las afueras donde volvimos a ver el arroyo, que, tras estar un poco represado, baja con alegría.
De aquí, ya anocheciendo y enseguida anochecido, fuimos a  casa de Adela, en el pueblo de Fresnedilla (Ávila), pequeño pero vivo. Allí nos instalamos Carmen y yo mientras Jesús y Paloma se alojarían, más tarde, en la Casa Rural ”La Senda de los Enebros”, de Borja, hijo de Adela, y Chiru, su mujer. Gozamos de la cariñosa hospitalidad de Adela, que tras un rato de buena charla, nos sacó, para picar, como cena, cositas ricas.
Ya en el tercer día, bien desayunados, pusimos rumbo a Cenicientos, el último pueblo de la provincia de Madrid con el fin de subir a la peña llamada Cenicientos, como el pueblo, que se yergue, la peña, en lo más alto de la montaña. Y hacia ella subimos por un camino apto para coches aunque sólo se permite usarlo a los autorizados. Es una subida continúa, sostenida, pero permite contemplar bellos paisajes: primero, la verde llanura donde está, bien centrado, el pueblo de Cenicientos; luego, según vamos al otro lomo de la montaña, es otro paisaje, más montañoso y, terminada la pista, por un sendero, a las veces dificultoso, llegamos a la cima, a un mirador totalmente despejado, que permite ver amplios y diversos paisajes, desde la Sierra de Madrid, La Pedriza incluida, por un lado, hasta los Montes de Toledo por el lado opuesto.
Fue una señora excursión, un tanto dura. Admirable como la llevó Carmen con una rodilla no del todo boyante.
Comimos en el pueblo, en un bar-restaurante llamado “La Carpintería”, que dan cocido y degustación de cocido -como un extracto de ello-, entre otros platos de diverso acierto.
Paseamos por Cenicientos, de cerca de dos mil habitantes, y nos detuvimos en la iglesia  con notable portada, arcos de medio punto en el interior y un jardín donde sorprende ver a un naranjo y una palmera: ¡en estos lares!. San Esteban protomártir es el patrono del pueblo. Hay otra iglesita, de buen porte exterior, dedicada a Nuesta Señora- o la Virgen- del Roble.
Volvimos a casa de Adela, que nos obsequió, llena de amor, entre otras cosas, con  una ensalada de aguacate con salmón ahumado. Y a nuestras respectivas camas, yo con un caluroso pijama que me prestó Adela, de su hijo Dani, que agradezco especialmente pues el que llevé no era muy adecuado para esta tierra y esta época del año.
El cuarto día, 8 del mes, festividad de la Inmaculada, Adela no quiso faltar a la misa que se iba a desarrollar en el vecino pueblo de La Higuera, al que este mes  le toca tener cura pues no hay un cura para cada pueblo. Y los demás, como un solo hombre, fuimos a la iglesia. Fue una misa cantada con intervención de los fieles y una homilía del sacerdote sobre el misterio de la concepción de la Virgen, que resultó interesante: gustó entre nosotros.
El día era soleado, como los anteriores -una suerte- y nos pusimos a andar por una sierra que hay al lado del pueblo: verdes prados, ovejitas, una vieja cabaña de pastor, a lo lejos la Peña Cenicientos, que ayer subimos.
Y nos dirigimos, después de esto, a la  Casa Rural “La Senda de los Enebros”,  de la que volvimos a admirar su situación en medio de una naturaleza, que tan bien se visiona desde el amplio comedor. Aquí comimos, muy bien, y saludamos a Chiru y a Borja. Todo de lo más agradable.
Nos despedimos, en Fresnedillas, de Adela y los demás -Paloma, Jesús, Carmen y yo- regresamos a Madrid. Jesús llevó a Carmen  a su casa y nosotros, en el hogar de Jesús y Paloma, junto con Pilar, regresada del Escorial, disfrutamos de una bonita cena, de comer y charlar.
Y, finalmente, el día último, 9 del mes, fuimos al Museo Arqueológico andando -sólo Jesús, Pilar y yo, pues Paloma fue a pasear a Clarina-, un espléndido paseo pues cruzamos el Retiro y lo gozamos una vez más. En el Museo nos reunimos con Helena primero y luego también con Paloma. Aquí, entre otras cosas, admiramos la Dama de Elche, La Dama de Baza y la escultura de la cabeza de Lucio Vero, co-emperador romano con Marco Aurelio, tan bien esculpido que hace pensar en un escultor amigo; a Helena le encanta.
Como final, comimos los cinco en el Restaurante Monte Castelo, calle Ortega y Gasset, al modo hispánico, ya divulgado por el ancho mundo, de picoteo, muy bien.
                       
Ángel Badía

sábado, 19 de mayo de 2018

Entorno a Antequera


Fue, éste, un viaje- entre el 11 y el 15 de Mayo- de cultivo de la amistad, algo así como un buen riego, una bella experiencia humana. Las tierras que recorrimos fueron como el argumento de esa experiencia, de ese reencuentro.
Así que vamos a hablar de una relación humana en tierras bellas y cordiales
En Antequera nos juntamos una docena de amigos, venidos de sitios distintos. De Madrid: Jesús C. y Paloma, sabios organizadores; y, por orden alfabético, Alicia, con su dulce castellano-colombiano, Ana, Carmen, Charo, Jesús V, y Pepa. De Alemania, Verónica y Wolfgang, que, al venir a acompañarnos, nos ayudan a valorar lo nuestro. Y de Tarragona Pilar y Ángel, el que escribe.
Y nos aposentamos en el Hotel “Fuente del Sol”-bonito nombre- en pleno campo, en una amable montuosidad, bajo un bello circo de montañas.
Disfrutamos del reencuentro y nos pusimos a seguir, con talante flexible, el argumento de visitas ideado por nuestros organizadores.
Los tres dólmenes de las afueras de Antequera, Patrimonio Mundial de la Unesco en 2016, es lo que primero visitamos, guiados por el joven Ricardo, amable, sabedor y de un particular decir andaluz: el Dolmen del Romeral, el de Vieira y especialmente el de la cueva de Menga, del que nos sorprendió el espléndido pozo de más de 19 metros de hondo, que se descubrió en 2005, acaso obra de los romanos, y en cuya base, en un poco de agua, brilla la luz. Esta visita nos hizo viajar a remotos tiempos y admirar los trabajos que hubieron de hacer aquellos hombres, que actuaban en conjunto, con una organización.
Desde allí vimos la llamada “Peña de los Enamorados” o “ La cabeza del indio”, cuya cima puede verse como el perfil de una persona tumbada. Dicen las leyendas que, desde lo alto de la peña, se tiraron dos enamorados para no caer en manos de sus perseguidores que se oponían a su amor…
Nos llevó luego Ricardo a recorrer la ciudad de Antequera, llena de iglesias, más de 30. La Virgen de los Remedios es la patrona pero la más notable es, nos dijo Ricardo, la Iglesia del Carmen, maravilla del barroco con un magnífico retablo de madera, de pino   blanca, coloreada con el tiempo y  así la vimos, de color rojito.
Notable es también la Alcazaba desde la que se divisa una amplia vista de la feraz vega antequerana.
Por la tarde, salimos de Antequera y llegamos a la Laguna de Fuente de Piedra, donde nos reunimos con Damián, otro joven y agradable guía, Damián, muy deseoso de que viéramos bien aquellas bellas lagunas tan pobladas de vistosos flamencos, para lo que nos prestó todos los prismáticos que pudo. Nos fue llevando de un lado a otro de las lagunas con buenas y sabrosas explicaciones sobre las distintas aves. ¡Qué gusto ver a los flamencos caminar sobre el agua, con qué pausada elegancia!
Al día siguiente, yendo hacia el pueblo de Zuheros, hicimos un recorrido por el campo malagueño cordobés, lleno de montuosidades pobladas de olivos. Zuheros, ya en Córdoba, es un bello pueblo, todo blanco con tejados marrones, que sube entre peñas hasta la base de un torreón erigido sobre una agreste roca.
Yendo a Priego de Córdoba desde Zuheros, paramos a comer, de picoteo, en una especie de mesón en el camino. Es ésta la tierra del salmorejo, que en Antequera lo llaman la porra, ¿para variar? Graciosa fue la palabra remojao para designar una ensalada.
Priego sorprende por su porte de población de solera, animada, viva, con un barrio de encantadoras callecitas, encaladas, limpias, llenas de flores, geranios especialmente, y hermosas placitas. Sus calles tienen bellos edificios y es airosa la plaza del Ayuntamiento. Tiene un castillo en el centro y en uno de sus extremos está el Adarve, una especie de balcón, sobre un promontorio que sube en vertical desde la campiña y desde el que se divisa un plácido paisaje. Por otro lado, caminando por la calle donde nació Don Niceto Alcalá Zamora, se llega a la Fuente del Rey, donde canta el agua con sus numerosos caños y, en medio de las aguas, la efigie de Neptuno.
Pero es la Iglesia de la Asunción lo que más impresiona: de un hermoso barroco, columnas, arcos  y techos en  bello color blanco y, dentro de esta iglesia, la capilla del Sagrario es una maravilla del barroco- no recuerdo uno igual-: se eleva en una preciosa cúpula abovedada, impresionante, de  un blanco que resplandece.
Y, cuando ya nos íbamos, presenciamos el desfile de varios grupos con tambores y trompetas, uniformes vistosos, preludio, parece, de una procesión que vimos anunciada.
Al otro día fuimos al Torcal de Antequera, conjunto de peñas que forman espacios curiosos, interesantes y, a veces, sus formas recuerdan las de algún animal. Hay que verlo, pasearlo. Nosotros, particularmente, disfrutamos de la ilustración que nos dieron las interesantes explicaciones que Charo hacía sobre la marcha, Charo y Jesús.   
Por la tarde, visitamos Archidona, cerca de Antequera, que tiene una Plaza Ochavada muy notable, con vivos nidos bajo los tejados, a los que van y vienen los pajaritos. Y, curioso, hay un convento de monjas de clausura, llamadas mínimas, que venden dulces a través del torno.
Terminamos el día tomando algo en el Parador de Antequera con una bonita puesta de sol.
Bueno, cosas bonitas e interesantes. La gente simpática y amable: nosotros, Pilar y Ángel, no teníamos, el día del  regreso, donde dejar las maletas en Antequera hasta la tarde en que salía nuestro AVE y en el hotel, el Director, puso a nuestra disposición la tienda de su madre en la ciudad, que por nosotros cerró más tarde esa mañana.
Y nos despedimos con el sentimiento de haber regado bien nuestra bella amistad, de dejarla bien floreciente.
                                   18 de mayo de 2018

Ángel