Fueron un poco más de cuatro días, del 5 al 9 de Diciembre de
este año 2018, hermosos días.
En Madrid capital comprobamos cómo sigue siendo el rompeolas de España: el día que
llegamos- mi mujer, Pilar, y este cronista- de Tarragona, comimos, con Jesús y
Paloma, al estilo gaditano, en un restaurante llamado Lambuzo, palabra referida
a las ganas de comer. Y, por la tarde, se mostró Madrid como un rompeolas más
amplio, pues en un sitio tan madrileño como El Café Gijón, pedimos, Pilar
y yo, un agua mineral con gas y nos
sirvieron la francesa Perrier. Esto ya no nos pareció tan bien pero bueno.
Cenamos en una casa del mejor espíritu madrileño, la de
nuestra amiga Helena, que nos había invitado, tan generosa ella como siempre, y
nos obsequió con un convite multicultural, espléndido, que nos complació mucho
aunque no pudimos dar cuenta de todo lo que nos tenía preparado, de desbordante
creatividad. Fuimos cinco pues nos acompañó Carmen, nuestra gran amiga.
Nosotros, Pilar y yo, nos alojamos en casa de Paloma y Jesús,
rodeados de mucho cariño y de atenciones, acompañados de Clarina, la deliciosa
perrita.
Al día siguiente, Helena se quedó en Madrid y Pilar fue al
Escorial a estar con su hermana Charo. Los demás, en el coche de Jesús y
Paloma, tan bien conducido por Jesús como siempre, fuimos a Sotillo de la
Adrada, en el abulense Valle del Tiétar, donde nos esperaba Adela para ir,
todos juntos, a una visita que nos tenía preparada, que prometía y no nos
defraudó en absoluto. Fue el Jardín
Botánico del Valle del Tiétar, amorosamente creado para disfrutar y
aprender de la naturaleza, en un bello paraje, en el término de La Adrada. Nos
guió, en la visita, el dueño, alemán aunque nacido en España, cuya familia creó
esto y él lo va cuidando, ampliando y
renovando. Nos fue mostrando este conjunto natural, no sólo de plantas y
árboles -en una mención rápida: cactus variados, curiosos cipreses, un cedro del
Himalaya….- sino también de curiosa fauna, como las gallinas negritas con
lunares, un cerdo de monumental tamaño, unos cerditos vietnamitas-negros-, los
jóvenes pavos reales que aún no lucen sus brillantes plumas….
Quedamos con una lozanía renovada tras esta visita y, guiados
por Adela, llegamos al pueblo de Piedralaves, bien asentado en la falda del
monte. Allí nos sentamos a comer en el restaurante “La Tasca”, o el “Taxco”,
sencillo y eficaz: Carmen y yo compartimos un chuletón de Ávila, tan chuletón
que la mitad que tomamos cada uno resultó mucho. En fin, nos dimos el placer de
comer. Luego, caminamos por el pueblo, de casas con sabor rústico, agradable, y
subimos -es pendiente el pueblo-: atravesamos el puente sobre un arroyo que
baja brioso entre piedras, tan de estas tierras, y subimos hasta las afueras
donde volvimos a ver el arroyo, que, tras estar un poco represado, baja con
alegría.
De aquí, ya anocheciendo y enseguida anochecido, fuimos a casa de Adela, en el pueblo de Fresnedilla (Ávila),
pequeño pero vivo. Allí nos instalamos Carmen y yo mientras Jesús y Paloma se
alojarían, más tarde, en la Casa Rural ”La Senda de los Enebros”, de Borja,
hijo de Adela, y Chiru, su mujer. Gozamos de la cariñosa hospitalidad de Adela,
que tras un rato de buena charla, nos sacó, para picar, como cena, cositas
ricas.
Ya en el tercer día, bien desayunados, pusimos rumbo a
Cenicientos, el último pueblo de la provincia de Madrid con el fin de subir a
la peña llamada Cenicientos, como el pueblo, que se yergue, la peña, en lo más
alto de la montaña. Y hacia ella subimos por un camino apto para coches aunque
sólo se permite usarlo a los autorizados. Es una subida continúa, sostenida, pero
permite contemplar bellos paisajes: primero, la verde llanura donde está, bien
centrado, el pueblo de Cenicientos; luego, según vamos al otro lomo de la
montaña, es otro paisaje, más montañoso y, terminada la pista, por un sendero,
a las veces dificultoso, llegamos a la cima, a un mirador totalmente despejado,
que permite ver amplios y diversos paisajes, desde la Sierra de Madrid, La
Pedriza incluida, por un lado, hasta los Montes de Toledo por el lado opuesto.
Fue una señora excursión, un tanto dura. Admirable como la
llevó Carmen con una rodilla no del todo boyante.
Comimos en el pueblo, en un bar-restaurante llamado “La
Carpintería”, que dan cocido y degustación de cocido -como un extracto de ello-,
entre otros platos de diverso acierto.
Paseamos por Cenicientos, de cerca de dos mil habitantes, y
nos detuvimos en la iglesia con notable
portada, arcos de medio punto en el interior y un jardín donde sorprende ver a
un naranjo y una palmera: ¡en estos lares!. San Esteban protomártir es el
patrono del pueblo. Hay otra iglesita, de buen porte exterior, dedicada a
Nuesta Señora- o la Virgen- del Roble.
Volvimos a casa de Adela, que nos obsequió, llena de amor,
entre otras cosas, con una ensalada de
aguacate con salmón ahumado. Y a nuestras respectivas camas, yo con un caluroso
pijama que me prestó Adela, de su hijo Dani, que agradezco especialmente pues
el que llevé no era muy adecuado para esta tierra y esta época del año.
El cuarto día, 8 del mes, festividad de la Inmaculada, Adela no
quiso faltar a la misa que se iba a desarrollar en el vecino pueblo de La
Higuera, al que este mes le toca tener
cura pues no hay un cura para cada pueblo. Y los demás, como un solo hombre,
fuimos a la iglesia. Fue una misa cantada con intervención de los fieles y una
homilía del sacerdote sobre el misterio de la concepción de la Virgen, que
resultó interesante: gustó entre nosotros.
El día era soleado, como los anteriores -una suerte- y nos
pusimos a andar por una sierra que hay al lado del pueblo: verdes prados,
ovejitas, una vieja cabaña de pastor, a lo lejos la Peña Cenicientos, que ayer
subimos.
Y nos dirigimos, después de esto, a la Casa Rural “La Senda de los Enebros”, de la que volvimos a admirar su situación en
medio de una naturaleza, que tan bien se visiona desde el amplio comedor. Aquí
comimos, muy bien, y saludamos a Chiru y a Borja. Todo de lo más agradable.
Nos despedimos, en Fresnedillas, de Adela y los demás -Paloma,
Jesús, Carmen y yo- regresamos a Madrid. Jesús llevó a Carmen a su casa y nosotros, en el hogar de Jesús y
Paloma, junto con Pilar, regresada del Escorial, disfrutamos de una bonita
cena, de comer y charlar.
Y, finalmente, el día último, 9 del mes, fuimos al Museo
Arqueológico andando -sólo Jesús, Pilar y yo, pues Paloma fue a pasear a
Clarina-, un espléndido paseo pues cruzamos el Retiro y lo gozamos una vez más.
En el Museo nos reunimos con Helena primero y luego también con Paloma. Aquí,
entre otras cosas, admiramos la Dama de Elche, La Dama de Baza y la escultura
de la cabeza de Lucio Vero, co-emperador romano con Marco Aurelio, tan bien esculpido
que hace pensar en un escultor amigo; a Helena le encanta.
Como final, comimos los cinco en el Restaurante Monte
Castelo, calle Ortega y Gasset, al modo hispánico, ya divulgado por el ancho
mundo, de picoteo, muy bien.